Acostumbrado a buscar las tildes siempre en el mismo rincón de mi teclado, me invade algo muy parecido a la frustración cuando uso un teclado ajeno y en vez de la necesaria á obtengo una incómoda ç o un burlón ?. En mi teclado, la ñ está siempre a mano, y el punto y coma, aunque vilipendiado por el gran Kurt Vonnegut, ocupa su lugar habitual sobre la noble coma. Sin embargo, cada vez que un colega extranjero ataca mi teclado, no puedo más que ponerme en su lugar y lamentar que el pobre deba recurrir a los antiquísimos códigos ASCII para poder escribir, por ejemplo, leão.
No resulta fácil, pero tengo que aceptar que mi teclado, que para mí es el mejor, no será ideal para todos los demás. Por eso, no está de más, en el contexto de una agencia de traducción que ofrece servicios entre todos los pares de lenguas imaginables, tener a mano algún teclado extranjero por las dudas. El primo más cercano del habitual QWERTY (así llamado por la disposición de las primeras letras de la fila superior) es el francés AZERTY. Este, como el alemán QWERTZ, producen en mí algo del orden de lo que Freud llamó das Unheimliche: me resultan familiares, pero tanto más inquietantes por diferenciarse sutilmente de eso a lo que estoy acostumbrado.
Si, además, hablamos de idiomas que se escriben en alfabetos distintos del latino, entonces ya la dificultad excede las soluciones que mi cómodo teclado puede ofrecer. Si nos encontrásemos en la sede central de las Naciones Unidas, veríamos entonces teclados en árabe, en cirílico, en japonés, y, por supuesto, en chino. Pero claro, ni siquiera con estos es suficiente, ya que lenguas minoritarias como el hebreo, el armenio y el griego requieren teclados especiales también. En definitiva, nos encontraríamos en una especie de Babel de los dispositivos periféricos, acaso salvable mediante el uso de los teclados virtuales en línea, que, desgraciadamente, no son lo suficientemente prácticos por el momento.