Traducimos mensajes de terceros, pero ciertamente lo hacemos con nuestras propias palabras y, esa elección de símbolos y significados, es un hecho creativo que sitúa al traductor en el rol de «co» autor.
Esta premisa: la traducción como acto creativo, como coautoría, está presente por default en la traducción literaria, impregnada de sentimientos que no podrían transmitirse si el profesional a cargo de la traducción no se adueñase de ellos. El ejemplo más claro y, así, el más complicado, es la traducción de poesía. Esto se debe a que la poesía en sí es caratulada como intraducible, ya que nace a partir de sentimientos plasmados en rimas y en juegos de palabras muy difíciles de hacer coincidir en una lengua distinta. Por lo tanto, el traductor se ve obligado a hacer modificaciones gramaticales para conservar el espíritu del mensaje original y, al agregar valor creativo, se convierte en una suerte de artífice.
Es tarea más difícil aún, como citamos en el post «La traducción de poesía«, discernir hasta dónde llega la libertad del traductor para manipular los recursos lingüísticos en pos de transmitir el sentido del mensaje original.
Al fin de cuentas, es la media entre la reproducción y la creación, una suerte de rol camaleónico entre «re-creador» y «co-creador», que define el profesionalismo y la calidad del traductor.
Para conocer más sobre el interesante mundo de la traducción literaria, visitá nuestros posts: «Características de la traducción literaria» y «¿En qué se diferencian la traducción y la transcreación?«.