Con los nuevos desarrollos tecnológicos y el mayor acceso a las herramientas de traducción electrónica para las traducciones automáticas, algunos consideran que esta tecnología eventualmente reemplazará al traductor humano. ¿Los traductores humanos son realmente esenciales para el proceso de traducción, o su labor puede simplificarse y procesarse mediante una máquina?
Durante décadas se han llevado a cabo investigaciones a fin de establecer si los sistemas de computación pueden traducir de un idioma natural a otro. Estos sistemas funcionan esencialmente disgregando los componentes del texto tales como signos de puntuación, frases idiomáticas reconocidas, terminología en pocas palabras y estructuras de oraciones, y luego reconstruyen estos elementos en el idioma meta mediante la aplicación de reglas lingüísticas específicas y el “aprendizaje” de las traducciones ya existentes.
Todo esto suena prometedor, pero nos estamos olvidando de que los idiomas están repletos de ambigüedades y reglas complejas que ni siquiera una computadora puede resolver con éxito. Como saben todos los traductores, el proceso de traducción implica mucho más que simplemente reemplazar palabras del texto fuente por las del idioma meta. Este proceso implica utilizar conocimientos semánticos, sintácticos, culturales y gramaticales a fin de interpretar el verdadero sentido de las oraciones y asegurar que se transmita la idea claramente a los lectores nativos.
Las traducciones automáticas ofrecen un paquete atractivo para los usuarios, porque abrevian los plazos de entrega y ofrecen un enfoque consistente y sistemático en el manejo de las traducciones. No obstante, debemos considerar que mientras el proceso de las traducciones realizadas por traductores humanos es mucho más lento en este sentido, solamente los traductores humanos pueden evaluar si una traducción se ajusta o no a una audiencia en particular y realizar las elecciones lingüísticas y de estilo en base a la experiencia en vez de a una base de datos.