La difusión masiva de contenidos culturales y de entretenimiento en internet generó en los últimos años la explosión del fenómeno de la traducción no profesional. En el contexto de la red, la actividad consiste principalmente en la traducción amateur de series de televisión, películas, y cómics para su posterior publicación en línea. Se trata de un proceso que, por regla general, viola los derechos de la propiedad intelectual que amparan a las obras literarias, gráficas y audiovisuales en todo el mundo, por lo cual implica una serie de discusiones del orden ético y legal en las que no me detendré en esta ocasión.
Por supuesto, la historia de quienes traducen sin recibir ninguna remuneración económica no comienza con la invención de la web, sino que se desarrolla de manera paralela a la de la traducción profesional. Sin embargo, resulta evidente que el número de personas que adoptan este tipo de actividad como pasatiempo aumentó de manera exponencial con las posibilidades que ofrecen el intercambio de archivos entre usuarios y los portales gratuitos de distribución y descarga de video. Al no tratarse de una industria profesional y regulada, el crecimiento vertiginoso en el número de aficionados involucró necesariamente una importante disminución en la calidad del producto final medio.
¿Cuál es la causa, entonces, por la que un producto defectuoso como este se vuelve relevante para el consumidor? Es claro que la primera razón, en este caso, es la gratuidad. Pero, además, hay que tener en cuenta que el desarrollo de las plataformas de intercambio y difusión de material pirateado significó el acceso inmediato, para los usuarios en todo el mundo, a las novedades cinematográficas y televisivas del momento. El medio tecnológico de transmisión del material audiovisual pirata se volvió mucho más veloz que los medios comerciales de distribución oficial: una serie que se emite a las 21:00 en los Estados Unidos estará subida ilegalmente a internet, y disponible para todo el mundo, durante la misma madrugada. La emisión oficial de esa serie por parte de las cadenas locales de cada región, sin embargo, puede demorarse muchos meses. Esta diferencia entre la inmediatez del producto pirateado y el atraso del oficial es la que lleva a muchos aficionados a elaborar traducciones propias, no autorizadas, de sus productos favoritos. Cuando se trata de películas y, especialmente, de series televisión, estas adoptan la forma de fansubs, los subtítulos realizados por aficionados.
Llegados a este punto, se vuelve necesario hacer la siguiente aclaración: los fansubs son la peor pesadilla de un profesional de la traducción. La diferencia que existe entre una traducción amateur y la de un profesional resulta inmediatamente evidente, como cualquiera puede comprobar. Mientras que Trusted Translations garantiza la calidad de sus traducciones gracias al proceso de los tres pasos (traducción, edición y revisión), las versiones producidas por aficionados suelen estar llenas de erratas, plagadas de errores y horrores ortográficos e invalidadas por los más grotescos fallos en la comprensión del material original. Cualquiera que les dedique alguna atención (y a menudo resulta inevitable hacerlo), corre el riesgo de perderse la trama del policial que debería atraparlo, o de confundir a los amantes de esa comedia romántica que tanto le estaba gustando. Parece claro que un espectador que no entiende el uso de la expresión inglesa “I’ll take a rain check” para declinar informalmente una invitación no comprenderá tampoco su traducción como “tomaré una comprobación de lluvia”. ¿Cómo explicar entonces el auge de este deficiente fenómeno de internet? Digamos que su explicación forma parte de los grandes misterios de internet. Y de la traducción.
¿Se les ocurren más ejemplos de fansubs involuntariamente cómicos?