El traductor literario, además de enfrentarse a las dificultades que presenta toda traducción, debe tener en cuenta la belleza del texto, su estilo y sus marcas (lexicales, gramaticales o fonológicas), teniendo en cuenta que las marcas estilísticas en un idioma, pueden no serlo en otro. Es el caso del uso del «usted«, inexistente en árabe y que puede resultar fundamental en la traducción, así como el de acertar con la expresión de ciertas marcas de respeto o de cariño. Se debe tratar de que la calidad de la traducción sea equivalente a la del texto original, sin dejar de atender por ello, la integridad de su contenido.
La primera cuestión a la que deben enfrentarse los teóricos es a la de la posibilidad de traducir. Es una realidad social que las traducciones existen. La cuestión es el grado de satisfacción que el traductor alcanza con su trabajo.
Pero, ¿qué es traducir? Entre las muchas definiciones establecidas me parece particularmente aceptable, “La traducción es la sustitución del material textual de una lengua por material textual equivalente de otra”, definición que nos lleva necesariamente a reflexionar sobre un término clave, equivalencia.
Para un traductor el problema fundamental será el de buscar equivalentes que produzcan en el lector de la traducción el mismo efecto que el autor pretendía causar en el lector a quien iba dirigido el texto original. Esto le obliga a contemplar el texto, siempre desde el punto de vista de la traducción literaria, como la base de una continua “negociación” con el autor, para que el lenguaje del nuevo texto presente valores equivalentes a los del lenguaje original, sin olvidar ni su fuerza, ni sus elementos dinámicos, ni su calidad estética. Generalmente se acepta que no se traducen significados, sino mensajes, por lo que el texto deberá ser contemplado en su totalidad.
Cuando las lenguas de origen y de llegada pertenecen a ámbitos culturales diferentes, el primer problema al que habitualmente debe enfrentarse el traductor, es el de encontrar en su propia lengua términos que expresen con el mayor grado de fidelidad posible el significado de algunas palabras; por ejemplo, aquellas relacionadas con tejidos típicos, especialidades culinarias u oficios, propios de la cultura en la que se hallan tanto el autor como los lectores a quienes va dirigido el texto original.
Entre los límites de carácter interlingüístico se encuentran los juegos de palabras destinados a producir ambigüedad, a los que tanto teme el traductor. Los títulos de relatos y novelas proporcionan abundantes ejemplos de estas ambigüedades intencionadas, a veces difícil e incluso imposibles de traducir.
Este es un campo bastante distinto al de las traducciones relacionadas con cualquier otro tipo de temas (médicos, técnicos, legales, etc.), en el que es necesario que el traductor se transporte y transforme aún más.