Ya quedó establecido que en todos los textos, sean literarios, políticos o de cualquier otra índole, e incluso en las conversaciones de todos los días, podemos encontrar instancias de intertextualidad. Ya sea mencionando una cita de un libro o una alusión a películas o propagandas, cada vez que nos comunicamos establecemos millones de conexiones y creamos una red de vínculos que le dan mayor significado y profundidad a los mensajes.
Cada lector hará una interpretación diferente, y no siempre las referencias serán claras para todos. Ahora bien, si un lector promedio que se enfrenta a un texto en su lengua materna puede tener problemas para descifrar el significado de una alusión, o incluso pasarla por alto por completo, ¿qué sucede entonces en una traducción, donde no sólo la lengua es otra, sino que la cultura puede ser radicalmente diferente? ¿Cuántas referencias intertextuales quedan en el camino?
Para contestar esta pregunta, hay que pensar en la relación que se establece entre el traductor y el intertexto. Cuando nos comunicamos entra en juego no solo la comprensión semántica, sino que activamos nuestro conocimiento del tema y de textos anteriores, y todo nuestro bagaje cultural. Y es aquí donde el rol del traductor adquiere un papel fundamental.
El traductor necesita tener una excelente comprensión gramatical y semántica del idioma en cuestión, así como un amplio conocimiento de la cultura a la que pertenece. Nunca está de más repetir que el proceso de traducción no implica únicamente pasar cada palabra de un texto de un idioma a otro; el gran valor del traductor está en la capacidad de hacer una lectura transversal del texto, y así captar todo aquello que el autor intenta transmitir.
De ahí que no todo esté dicho en la batalla entre la traducción automática y la humana. Si alguna vez intentaron traducir un juego de palabras con alguno de los traductores automáticos, seguramente han notado que una traducción literal de la frase resulta en algo que carece absolutamente de sentido.
Consideremos la frase beware of Greeks bearing gifts. En líneas generales, significa que no hay que confiar en los enemigos, pero principalmente nos remite a la Ilíada, la guerra de Troya y el famoso caballo de madera. Quien conozca la historia no tendrá dificultades en establecer una red de vínculos, mientras que alguien que la desconozca podría preguntarse qué hay de malo con los regalos de los griegos. Un traductor podría decir simplemente no confíes en tus enemigos, o cualquier versión igualmente simplificada, pero se perderían los matices que contiene.
Es importante reconocer estas instancias para trasmitir los matices de la misma forma que lo hace el autor. Cabe destacar que en muchos casos, la correcta interpretación de tales instancias es el resultado de un arduo trabajo de investigación. La construcción del idioma no depende únicamente de las palabras; el traductor tiene la tarea fundamental de conectar culturas.