Ya hemos debatido muchas veces acerca de las ventajas «naturales» que la traducción automática podría tener sobre nosotros, traductores compuestos de meros «carne y hueso». Sus vidas finitas y en descomposición contra el colosal golem que amenaza con apoderarse de toda la industria, y que finalmente nos hace obsoletos a los humanos.
¿Nos convertiremos en las viejas y polvorientas videocaseteras del futuro? ¿Las nuevas generaciones de niños cyborg nos mirarán algún día como los niños de hoy miran los cartuchos de 8 pistas? Casi puedo imaginar sus expresiones desconcertadas y tristes, reflexionando inutilmente, tratando de entender qué fuimos nosotros, «sacos de carne». Un «error 404» parpadeando en sus «pantallas mentales» como resultado no concluyente.
Entonces, ¿qué tenemos nosotros que pueda sostenernos contra la máquina temida? La respuesta: la improvisación, que es el núcleo de nuestra naturaleza impredecible.
La capacidad humana de extrapolar dos piezas de información no conectadas uniéndolas, logrando un nuevo significado posible. Tal es el regalo de la creación, en algún sentido.
Es por eso que las máquinas no pueden ser poetas (o solo poetas dadaístas en el mejor de los casos). Sí, pueden aleatorizar, incluso cometer sus propios errores, pero nunca a propósito. No están programadas para cometer errores, aunque lo hacen de vez en cuando, pero solo mientras sus códigos se perfeccionan (de 0.1 a 0.2), y nunca con un propósito creativo «en mente».
La improvisación, la conexión de grupos separados de información para «comprender» es, por ahora, una habilidad humana exclusiva. La máquina o sabe o no sabe. Y cuando no sabe, necesita una nueva aportación que incluya esa yuxtaposición consolidada de ideas en un nuevo concepto o sintagma.
Es como tratar de tener una conversación filosófica con Alexa o Siri. Podrían tener algunas respuestas bastante ingeniosas para las preguntas predefinidas, pero cuando les preguntas algo completamente descolocado, simplemente no pueden calcular y responder algo coherente. Ahí es donde nosotros, los humanos, aún somos fuertes.
El año pasado en Seúl, un equipo de traductores humanos derrotó a un motor de traducción automática con inteligencia artificial en una competencia organizada por la Asociación Internacional de Traductores e Intérpretes Profesionales (IAPTI), demostrando que los «sacos de carne» todavía nos mantenemos firmes en el negocio. ¿Cómo lograron nuestras especies subdesarrolladas lograr eso, se preguntan? Bueno, parece que la traducción automática no fue capaz de encontrarle sentido a las combinaciones específicas de palabras para las que no tenía ninguna entrada, lo que daba resultados una traducción sin sentido donde sus contrapartes humanas podían deducir significado a través del uso de la imaginación y algunos riesgos.
Así las cosas, la falibilidad y la capacidad de cuestionar las cosas, de sentirse libres, de arriesgarse al absurdo, podrían ser nuestros dones dados por Dios después de todo. Lo que nos hace únicos y perfectos es nuestra propia imperfección.