El aprendizaje de lenguas extranjeras es uno de los temas más estudiados en el campo de la Lingüística. Hoy en día, debido a la penetración de las tecnologías de la información y a la prolongada exposición de las personas a contenidos audiovisuales de diverso tipo, nos encontramos frente a nuevas formas de aprendizaje que, a pesar de ser absolutamente incidentales, valen la pena ser analizadas.
Para comprender mejor este fenómeno, debemos retrotraernos a la disyuntiva política a la que se enfrentaron los distintos países importadores de cine norteamericano en los años treinta y cuarenta —doblar o subtitular. Regímenes nacionalistas y dictatoriales como Alemania, Italia, Francia y España aprovecharon la técnica del doblaje para censurar contenidos considerados peligrosos para su estatus quo.
Con el surgimiento de la televisión en la década del 50, la elección de cada país respecto a las películas extranjeras fue trasladada al nuevo medio. Esto consolidó las distintas modalidades de traducción de cada país y a la vez los públicos de cada nación se acostumbraron a una modalidad o a la otra.
Más allá de la desventaja material que supone el doblaje (se estima que es quince veces más caro que el subtitulado), éste último conlleva impensados efectos positivos para el aprendizaje de la lengua materna como de lenguas extranjeras. Se sabe que el nivel de inglés como lengua extranjera es mucho más alto en países donde se subtitulan los contenidos audiovisuales que en aquellos donde se los dobla.
A diferencia de lo que puede suponerse, los subtítulos no constituyen un elemento de distracción ni reducen la capacidad de concentración del espectador. Es más, la recepción de información por medio de tres fuentes en simultáneo —la imagen, el sonido y el texto (de los subtítulos)— facilita la adquisición del lenguaje ya que la información es procesada en paralelo por tres tipos diferentes de comprensión que se refuerzan entre sí y facilitan la comprensión de la trama y el aprendizaje incidental de la lengua extranjera.