De acuerdo a la teoría de los seis grados de separación, propuesta en 1930 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy, cualquier persona está conectada a cualquier otra persona del planeta por medio de una cadena de hasta cinco intermediarios (seis enlaces en total). En 2011, una muy conocida red social realizó un estudio para ver cuántos eslabones separaban a todos sus usuarios, y obtuvo un promedio de 4,75 eslabones, con lo que se podría dar por probada esta teoría, que de alguna forma es una manera más científica de decir «el mundo es un pañuelo».
Pero nosotros, como traductores y profesionales ligados al mundo de la traducción y por lo tanto al de las palabras, vemos y sentimos este fenómeno fuera de lo científico y lo matemático, y más en el día a día de nuestra labor.
Como PM en una agencia de traducción de alcance internacional como lo es Trusted Translations, estamos constantemente en contacto con personas de todo el planeta. Más de una vez nos sorprendemos a medianoche o a las 2 a.m. organizando una traducción con traductores en China, India o Korea, que en ese mismo momento están disfrutando de su almuerzo. Y es en esos momentos en los que pareciera abrirse una ventana mágica entre nuestros dos mundos, casi como un portal interdimensional entre su día y nuestra noche.
En esas altas horas de la noche, y con el particular estado de conciencia del insomne, siempre recuerdo esta teoría de los seis grados de separación, y paso el tiempo intentando imaginar qué se ve del otro lado de esa ventana y se acorta la cadena que me separa de esa lejana tierra. El traductor con el que me escribo, ¿qué está viendo por su ventana? ¿Qué ruidos escucha en la calle? Y dentro de todo ese fantaseo veo que estoy a solo una persona de todo el mundo que rodea al otro con el que estoy hablando, ya sea que este esté en Camboya, Vietnam, Luxemburgo, India, China o Australia. Y a veces hasta me parece escuchar desde mi ventana a los conductores de rickshaws, el rumor de la selva camboyana o el crujir de los árboles bajo el peso de la nieve en el frío invierno alemán. Aunque por lo general es solo mi pequeño hijo, que se mueve en su cama o me reclama porque despertó en la mitad de la noche… pero, ¿quién me quita lo soñado?