- Logras visualizar en tu mente las oraciones que escuchas, es decir, literalmente, ves escrito lo que oyes: mayúscula inicial, puntos, comas, tildes, etc.
- Luego de haber visualizado todo lo expresado en el punto 1 (proceso que lleva aproximadamente lo que se tarda en pestañear), serías perfectamente capaz de sugerir al menos dos o tres cambios a tu interlocutor para que lo que dijo “suene más natural”.
- En tu familia, temen hablar porque no quieren ni, de hecho, les interesa entender la diferencia entre “queísmo” y “dequeísmo”.
- Al ver una película doblada, logras identificar a la perfección dónde están todos los errores de traducción (que a ti, desde luego, no se te habrían pasado por alto) y que comentas constantemente con tu compañero “de pantalla” con el consecuente resultado de que luego te eche la culpa de haberse perdido la trama de la película por escuchar tus críticas.
- No entiendes cómo es posible que la gente se queda afuera de las últimas actualizaciones en normativa de la Real Academia Española.
- Tienes por hobby perderte qué producto vende una determinada publicidad porque no puedes concentrarte debido a lo mal expresado que está el mensaje.
- Leer gerundios mal empleados te provoca dolor en la vista; escucharlos, te daña los oídos.
- Alguno de tus interlocutores, por error o desconocimiento, le agrega una “s” a la segunda persona del singular: “*EstuvisteS* muy bien en tu presentación de hoy”, y a ti, se te entrecorta la respiración antes de contestar “gracias” al tener que controlar tus instintos correctivos.
- Te supera la indignación de que en el noticiero, por citar sólo un ejemplo entre tantos otros, encuentras que ya no se sabe utilizar el condicional. ”Si *tendría* tiempo, lo haría”, circunstancia que nos remite al punto 4: quienes te rodean se pierden la noticia por escuchar tu corrección y comentario nada amigable respecto de nuestro rol como hablantes nativos a la hora de conservar el buen uso del español.
- No bien alguien viene a contarte una novedad (un anuncio, un niño perdido, una historia que dice que alguien le contó, el origen de una palabra, etc.), lo primero que haces apenas estás conectado a Internet es buscar por lo menos tres fuentes confiables que respalden la historia (con todo lo que ello implica: medio, autor, fecha de publicación, etc.) para poder, finalmente, creer en la veracidad del relato.
- Te piden que edites un texto para, digamos, México, y te tomas unos cuantos minutos de tu tiempo haciéndole varias consultas a la Academia de la Lengua Mexicana para corroborar si determinados usos en ese país siguen vigentes según preferencia y frecuencia de uso de los hablantes a donde va dirigida tu edición.
- Alimentarse y/o dormir pasan a segundo plano. ¡Hay que cumplir con los plazos de entrega!
- No puedes vivir sin tus diccionarios de colocaciones, preposiciones y afines. Y, como si fuese poco, notas que muchas veces encuentras argumentos para refutar sólidamente el uso que proponen.
- Con un solo vistazo al texto a editar, se te ocurren, al menos tres opciones de decir lo mismo de mejor manera.
- Siempre, independientemente de lo bien que esté hecha la traducción de base, sabes que podrías haber dejado el texto para que sea candidato a un Pulitzer de no ser porque… los tiempos nunca alcanzan y, claro, esta categoría de premios aún no existe.
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Sabes que eres editor cuando…
- Sandra DL
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