En primer lugar, una característica común a todas las lenguas es la arbitrariedad, que en su forma más elemental se manifiesta en la ausencia de relación natural entre los códigos del lenguaje corriente y los sucesos o propiedades a los que hacen referencia, entre la forma y el significado. Asociamos determinados conceptos a determinadas palabras como resultado de nuestro proceso de endoculturación.
Un segundo rasgo compartido es la utilización de elementos discretos, es decir, elementos que contrastan entre sí y no forman un contínuum (siempre igual sonido). Si modificamos un fonema de una palabra, el resultado será una palabra inexistente y desprovista de significado u otra palabra con un significado completamente diferente.
Una tercera característica es la doble organización de la estructura de las lenguas, que están constituidas por un número reducido de sonidos arbitrarios, que carecen de significado y que los hablantes perciben como diferenciados, y por la combinación de estos sonidos en cadenas de significado (una palabra puede tener distinto significado según el contexto; los fonemas también pueden cambiar según su ubicación).
Y, en cuarto lugar, esta dualidad permite una productividad semántica ilimitada, es decir que a partir de un número finito de unidades podemos generar un número infinito de mensajes.