Muchas veces, después de entregar un trabajo, el cliente nos hace comentarios. En algunas ocasiones, es para agradecernos y felicitarnos por nuestra labor; pero en otras, es para pedirnos que modifiquemos nuestra traducción. Si son errores reales, debemos pedir disculpas y aplicar los cambios; después de todo, “errar es humano”. El problema surge cuando el cliente nos pide que corrijamos algo que, en realidad, no es un error, sino una preferencia suya. Es ahí cuando surgen las dudas: ¿Qué hacemos con el feedback? ¿Nos corresponde aplicar los cambios o no? ¿Tenemos que cobrar una tarifa extra? Cada situación es diferente, y la resolución depende de cada caso en particular.
Si bien es cierto que todos los humanos cometemos errores, si estos se multiplican a lo largo del texto, es un problema grave. Lo primero que debemos hacer, es esforzarnos siempre por entregar trabajos que no tengan errores (de ningún tipo, pero, sobre todo) ortográficos, gramaticales ni inconsistencias, ya que estos son los más fáciles de detectar aunque el cliente no conozca en profundidad el idioma. Por ejemplo, alcanza con tener un nivel básico de español para darse cuenta de que hay dos errores en la oración “Presione la boton rojo para salir”. En algunos casos, como cuando tenemos cuadros o tablas, también es fácil ver que dos oraciones exactamente iguales en el idioma original tienen dos traducciones diferentes. Podemos evitar este tipo de errores usando siempre el corrector ortográfico y las herramientas de control de calidad. Aunque parezca una verdad de Perogrullo, muchas veces, la falta de tiempo hace que nos salteemos este paso.
Si nos aseguramos de entregar un texto consistente y correcto desde el punto de vista lingüístico, todas las modificaciones que solicite el cliente serán preferenciales, y tendremos más posibilidades de “negociar”. Una posibilidad es que el cliente pida cambios preferenciales, y que estos sean opciones válidas en el idioma meta, por ejemplo, usar trasplante hepático en lugar de trasplante de hígado. En casos como este, quizá un simple “buscar y reemplazar” sea suficiente para resolver el problema. Sin embargo, hay cambios que no son tan fáciles de aplicar, dado que también debemos cambiar lo que rodea a ese término en particular, por ejemplo, para que los adjetivos, los artículos y las referencias concuerden en género y número. Esto ocurriría, por ejemplo, si nosotros usáramos los enfermeros, y el cliente prefiriera el personal de enfermería.
Otras veces, sucede que las preferencias del cliente son estructuras o términos incorrectos en el idioma meta; por ejemplo, si nos pide que usemos oraciones como “Los ladrones entraron a la casa, robándose todo” (gerundio de posterioridad) o “Enviaremos una carta explicando los motivos” (gerundio adjetivado). En estos casos, debemos explicarle que esas estructuras no son correctas en español y por qué no lo son. Lo más probable es que, después de nuestra explicación profesional, el cliente se quede más tranquilo con nuestro trabajo y acepte nuestra versión original. No obstante, también puede pasar que insista en usar su versión. Si se aplican los cambios, es muy importante dejarle claro al cliente que sus preferencias no son la opción más acertada, y que lo hacemos bajo su responsabilidad.
La mayoría de las veces, las modificaciones que pide el cliente son una mezcla de opciones correctas e incorrectas. Antes de aplicar los cambios o enviarle un comentario sobre su feedback, debemos analizar detenidamente cada caso y explicarle por qué conviene o no implementarlos. Tenemos que hacerle saber al cliente que ese trabajo lleva tiempo y que, según el caso, es posible que haya que releer todo el texto para asegurarnos de que esos cambios no generen nuevos errores, por ejemplo, de concordancia. Todo esto nos permitirá considerar cuánto tiempo nos llevará la tarea y saber si debemos cobrar una tarifa extra por hacerla.