Consideren las siguientes palabras: phlegm (flema), slacks (pantalones), yolk (yema), smear (embadurnar). Si les parecen términos completamente inconexos, no se alarmen, están en lo cierto. Sólo tienen una cosa en común: a los hablantes de inglés les dan asco.
¡Pero no se confundan! No se trata de palabras mal pronunciadas o usadas fuera de contexto, y ni siquiera nos referimos a las frases de los adolescentes, que a veces dejan a generaciones de adultos mirándose las caras… son palabras cuyo uso cotidiano resultan en una experiencia desagradable. Lo que causa asco no es a lo que refieren, sino la palabra en sí. Y algunas causan tal rechazo, tal repugnancia a quienes las escuchan, que generó fascinación en los científicos por entender las causas de este fenómeno. Y el término que se lleva el premio al más rechazado es moist, que significa “húmedo”.
Si esto les parece raro, o no se sienten identificados, es porque es un fenómeno que no es tan común en español, pero que es muy frecuente en inglés. Desde comentarios en foros, a blogs y hasta artículos de interés en los diarios, la aversión a las palabras está en boca de todos, y las opiniones son tan diversas como apasionadas.
El asco puede surgir por diferentes razones: los rasgos distintivos del sonido, las asociaciones semánticas de la palabra, o su ubicación en el imaginario colectivo. Lo cierto es que el inglés utiliza sonidos más guturales, y con vibraciones que en español no existen. Además, la cultura es otra, y por lo tanto también lo es la forma en la que se piensa el lenguaje.
Una pregunta con la que podemos reflexionar los traductores es si podemos traducir esa aversión a las palabras (¿o siquiera reconocerla como tal?) ¿O es este rechazo visceral otra de esas pequeñas cosas que se pierden en la traducción?