Recientemente se ha conmemorado el 70.º aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto armado más sangriento y atroz del siglo XX. Los líderes europeos se reunieron en la pequeña ciudad costera de Gdansk para recordar este evento, ya que esta ciudad fue la que recibió el ataque de los agresores alemanes, lo que marcó el inicio de seis largos años de luchas brutales. Para muchos, las tragedias de esa guerra distante no representan nada más que recuerdos lejanos de una generación pronta a desaparecer. Para otros, el pasado no está tan lejos…
Por un lado, muchas naciones europeas han aprendido a aceptar a una Alemania moderna y arrepentida, una nación en la que virtualmente cualquier símbolo o referencia a ese período está prohibido por ley (por ejemplo, la negación del Holocausto es un delito muy grave en Alemania). Sin embargo, por otro lado, muchas naciones, y especialmente las que comparten la frontera con el gigante del Este, aún mantienen sus reparos respecto de la Federación Rusa, una nación que consideran que no ha hecho lo suficiente para aceptar su culpa por varias atrocidades tanto durante la guerra como a lo largo de décadas de gobierno comunista.
Además de estas omisiones, los polacos, en particular, han pasado por momentos difíciles tratando de digerir las insinuaciones recientes provenientes de Moscú respecto de la masacre infame de Katyn de más de 20.000 oficiales y líderes polacos de todo tipo a manos de las tropas soviéticas, hecho perpetrado en gran parte por los nazis. Para el asombro de los polacos (y de muchos otros), el Jefe del Kremlin manifestó públicamente que cualquier comparación entre el estalinismo y el nazismo es una “mentira cínica”. Parecería que en un país en donde ambas fuerzas violaron y saquearon casi por igual (como fue el caso de la pobre Polonia), resulta difícil notar una gran diferencia entre ambas.
Afortunadamente, en pro del entendimiento intercultural (¿me siguen?), estos episodios no constituirán un obstáculo para la futura unificación de un continente que se desgarró hace no más de dos generaciones. ¡¿Podría ser posible que los líderes de las principales naciones europeas necesiten mejores traductores para poder comenzar a entenderse mejor?!