El término «Niño de la tercera cultura» (del inglés, «Third Culture Kid»), apareció por primera vez en la década de 1950, de la mano de los investigadores sociales estadounidenses Ruth y John Useem, para definir a los individuos que habían crecido en una cultura diferente a la de sus padres. Tal como lo explican Andrea M. Moore y Gina G. Barker en su obra “Confused or multicultural: Third culture individuals’ cultural identity” (“Confundidos o multiculturales: la identidad cultural de los individuos de la tercera cultura”), los niños de la tercera cultura se ven inmersos en una cultura diferente a la del país en el que nacieron, antes de haber terminado de desarrollar su identidad personal y cultural.
Inicialmente el término «niño de la tercera cultura» solo se utilizaba para referirse a los hijos de ciudadanos estadounidenses que vivían o trabajaban en el extranjero. Sin embargo, con la aparición de la globalización, este término evolucionó hasta llegar a incluir a todas las personas que hayan tenido experiencias similares, independientemente de cuál sea su país de origen. Además, en la actualidad esta denominación también incluye a los hijos de inmigrantes y refugiados, y no solamente a los hijos de personas que viven en el extranjero por motivos profesionales (por ejemplo, por ser militares, diplomáticos o misioneros).
Es posible que uno se pregunte cuáles son algunos de los beneficios de ser un niño de la tercera cultura, sobre todo teniendo en cuenta que el período de desarrollo de un niño tiende a ser bastante difícil, incluso si no va desplazándose de un lugar a otro. Pues bien, como resultado de sus experiencias personales en el extranjero desde muy pequeños, los niños de la tercera cultura generalmente son bilingües, y en algunos casos incluso multilingües. También suelen tener una visión más amplia del mundo, una visión intercultural, y esto los hace más sensibles con respecto a otras culturas, a diferencia de lo que sucede en el caso de los niños que no son de tercera cultura.
De acuerdo con lo expresado por Juan Pablo en una publicación previa titulada ¿Es nuestra cultura y comportamiento un reflejo de cómo hablamos?, la relación entre el idioma y la cultura es muy compleja. Tanto es así que el autor concluye la publicación con una analogía interesante, que nos compara a nosotros, los lingüistas, con un puente. Este puente debe conectar el idioma y la cultura para brindar un servicio lingüístico correcto y preciso. Tomando en cuenta todo esto, si un niño de la tercera cultura no parece ser el candidato ideal para convertirse en traductor, no sé quién podría serlo.