Al crecer, uno es como una esponja: va absorbiendo todo lo que ve, lo que escucha, lo que comprende y en cierta manera también lo que cree comprender. Las referencias de conocimiento cultural adquiridas en nuestros años de niñez son vastas, pero de la misma manera no lo son las de conocimientos interculturales. Estas últimas son pocas, pero a su vez efectivas en su marca, y la de mayor impacto de todas estas es ni más ni menos los dibujos animados.
Como niños, ya desde poco antes de nuestro primer día en el jardín de infantes comenzamos a asimilar todo lo que sucede en la sociedad que nos rodea, pero a su vez eso se torna en una burbuja, ya que sólo sabemos y conocemos cosas de ese pequeño círculo. Fueron los dibujos animados como los de Hanna-Barbera en los sesenta los que cumplieron aquella función de romper la burbuja y nos permitieron conocer otras sociedades, por más de 5 generaciones.
A nivel lingüístico, los doblajes de sus producciones facilitaron el conocimiento y la asimilación del español neutro, siendo un puente cultural entre los diferentes países latinoamericanos. La palabra sándwich, por lo general utilizada sin traducción, era reemplazada por emparedado. Jugar al bowling, era jugar a los bolos. Esto siempre sirvió para ampliar los conocimientos de la lengua, no para modificarla, y menos para contaminarla. En Argentina el pochoclo nunca se reemplazo por palomitas de maíz, oye nunca reemplazó el che, ni sudadera a camiseta; pero sin embargo se dieron a conocer esos términos. Por ejemplo, se aprendió que piscina es generalmente más diseminado que pileta; que soda en algunos países puede ser una gaseosa y no únicamente agua con gas. Crecimos con ese lenguaje y ya de grandes, cuando escuchamos a alguien implementarlo, nos parece de lo más normal y no provoca un desconcierto cultural, ya que gracias a los mencionados dibujos animados crecimos acostumbrados a una amplia gama de expresiones en nuestra misma lengua.
A nivel sociocultural, alimentos como la mantequilla de maní, bebidas como la malteada, deportes como el béisbol y animales tales como la ardilla formaron parte de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, podría asegurar que la gran mayoría de la población sudamericana nunca probó la mantequilla de maní, ni vio una ardilla corretear e incluso nunca (salvo en Venezuela) se calzó un guante de béisbol en la mano. Pese a todo, son elementos con los que, irónicamente, a pesar de formar parte de nuestra juventud, poco o nunca interactuamos.
Capaz sin esperarlo, y ahora mirándolo en la lejanía, esos primeros años de mañanas y tardes tan entretenidas frente al televisor fueron nuestro primer lazo con el resto del mundo.