Es bien sabido que algunos idiomas tienen una sola palabra para más de un concepto, del mismo modo que otras lenguas configuran las paridades concepto-vocablo de forma más segmentada.
Hasta fines del siglo XX, la posibilidad de acceder a un bien cultural dependía en buena medida de que dicho bien estuviese disponible en o cerca del lugar de residencia del consumidor.
Para quienes viven en países periféricos, internet liberó el alcance de los bienes culturales de los límites que las redes materiales de distribución imponían sobre el mercado del arte, la cultura y el entretenimiento, salvando esa distancia inconmensurable que separaba a los habitantes de lugares remotos de los polos de producción artística y cultural. Internet parece ser la culminación del proceso de desmaterialización del arte cuyos comienzos pueden remontarse hasta el surgimiento del cine (posiblemente, la primera forma de arte sin original), o incluso más atrás.
El libre acceso (en inglés: free access) que caracterizó su impronta sufrió un malentendido de orden lingüístico, en el que se confunde lo libre por lo gratuito. La ambigüedad que encierra el término inglés ha dado lugar a inconvenientes allí donde su distinción resultaba más pertinente: en relación a las leyes que gobiernan el uso de la información como los derechos de autor o las patentes.
Lo cierto es que cuando el inglés no quiere dejar lugar a dudas, puede recurrir a la versión extendida del concepto o (si se tratara de una traducción del español) a la perífrasis free of charge. Sin embargo, el vertiginoso advenimiento de la red de redes no pudo reaccionar a tiempo especificando el tipo de constricción de la que se liberaba y, para cuando una parte considerable del planeta estaba en línea, ya era tarde. Es por esto que en inglés se ha empezado a adotar los términos del español para marcar una distinción más clara entre un significado y otro.