A lo largo de la historia han ido apareciendo un sinfín de lenguas que fueron usadas por la raza humana en distintos momentos y lugares de su trayectoria como civilización. Algunas lenguas logran evolucionar, difundirse y sobrevivir al paso del tiempo. Otras no tienen tanta suerte y van perdiendo su uso hasta que se extinguen. A estas se las llama lenguas muertas, o sea, idiomas que dejan de usarse ya sea por sustitución lingüística, evolución hacia nuevas versiones, o incluso por la desaparición de sus hablantes por guerras, epidemias u otros factores. Cuando ya no es la lengua madre de nadie la lengua muere, por más que esté escrita o usada como segunda lengua.
Al menos así era hasta el milenio pasado. Hoy en día los avances tecnológicos nos sugieren que pronto las lenguas vivas pueden alcanzar la inmortalidad. Por ejemplo, la sonda Voyager que fue lanzada a finales de los ’70, contiene un disco de oro con grabaciones en los idiomas más representativos de nuestra civilización. Y continúa viajando ininterrumpidamente a través del espacio, y el tiempo.
Viendo la nueva metodología de enseñanza de idiomas con clases online, aplicaciones y videos interactivos, guías de pronunciación, grabaciones y películas, es fácil imaginarnos que en los próximos diez o quince años existan “maestros virtuales” que puedan enseñarnos cualquier idioma. Y si los niños del futuro son expuestos a estos programas de aprendizaje lingüístico a temprana edad (sean robots, hologramas, etc.), entonces estaremos transmitiendo idiomas como lengua madre independientemente a la presencia de seres humanos que la enseñen. De esta forma los hablantes pueden desaparecer, pero siempre y cuando la tecnología aplicada a la enseñanza de las lenguas siga disponible, entonces las lenguas pueden perder el miedo a la extinción y perdurar en la eternidad. Tal vez suena muy futurista ahora al comienzo de este milenio, pero tal vez nos estaremos sorprendiendo muy pronto de que esta posibilidad está más cerca de lo que creemos.