Una de las primeras curiosidades que saltan a la vista cuando se aprende un segundo idioma es que los distintos fenómenos de la naturaleza no se verbalizan de igual modo que en nuestra lengua madre.
Ya en ocasiones anteriores se abordó cómo las diferentes culturas, a través de sus idiomas, materializan los distintos sucesos de la naturaleza. Una entrada indagaba en las diversas formas en las que se plasman los sonidos emitidos por distintos animales de acuerdo a las diferentes culturas. De este modo, podemos ver cómo un mismo sonido puede representarse de distintas formas de cultura a cultura.
Las onomatopeyas simulan el sonido del objeto o acción aludida y, como no todos los sonidos pueden articularse fonéticamente de igual forma, tienden a diferir, a veces muy marcadamente, de un idioma a otro.
Por sobre todas las cosas, el estudio comparativo de las onomatopeyas pone de manifiesto el mecanismo mediante el cual nuestro idioma funciona como una suerte de traductor de una realidad (source) que arroja una representación aproximada (target). En rigor, un estudio comparativo entre lenguas arrojaría como resultado el carácter relativo de la lengua como forma de ver el mundo. Un ejemplo clásico de esto es la cantidad de palabras que los inuit tienen para lo que en la mayor parte del mundo conocemos como el blanco. Todo parecería indicar que los siglos que estos pueblos llevan viviendo en ese tipo de entornos les han conferido una sensibilidad visual singular que les permite distinguir matices que un habitante de otras latitudes no percibiría.
No obstante, usar los colores para hablar de relativismo lingüístico puede no ser tan elocuente como el uso de las onomatopeyas ya que la representación de la realidad percibida (a través de la vista) implica una conversión intra-sentidos que es pasible de sufrir alteraciones ya que en la verbalización de los colores no se da la operación mimética que tiene lugar en la representación de los sonidos de la naturaleza.
En lo que refiere a su materialización gráfica, es muy probable que el género narrativo que más exposición les dio a las onomatopeyas sea el de las historietas, donde suelen acompañar y por qué no complementar movimientos, golpes y fenómenos fundamentalmente ruidosos. Sin duda, Batman es la historieta que más trascendencia les dio a las onomatopeyas (sobre todo para golpes).