Los siglos XVII y XVIII son conocidos como la edad de oro de la literatura francesa. Y aparecen las traducciones bellas infieles (belles infidèles): manera de traducir los clásicos al gusto francés, porque se consideraba que los textos clásicos estaban desactualizados. Esta expresión es atribuida al lexicógrafo Ménage, quien dijo, a propósito de las traducciones de Perrot d’Ablancourt (siglo XVII) de las obras originales de Luciano de Samósata (siglo II), escritor sirio que escribió en griego: “Me recuerdan a una mujer que amé mucho en Tours, y que era bella pero infiel”. Gille Ménage (siglo XVII) fue un extraordinario escritor francés, que empezó a estudiar derecho para ser abogado como su padre, pero una enfermedad le obligó a abandonar esta carrera e ingresó en la carrera eclesiástica.
Estas traducciones conocidas como bellas infieles omitían palabras que causaran sobresalto en el lector como “borrachera”, “orgía” y “sodomía”. El problema surgió cuando estas traducciones dejaban “irreconocibles” los textos de origen y pasaban a ser obras inéditas. Hoy, gracias a la teoría de la traducción, es posible obtener traducciones “bellas fieles”.
A continuación, veremos al ícono francés reconocido por sus traducciones de los clásicos.
Anne Dacier, la traductora de los clásicos en griego y latín al francés
Como comenzamos a ver en nuestro artículo anterior, Ser fiel o no ser fiel: esa es la cuestión, las pioneras de la traducción realmente merecen ser reconocidas por su dedicación y por su vocación. Hoy recordaremos a un ícono francés de la traducción: Anne Dacier, filóloga y escritora.
Anne Le Fèvre nació en 1647. Su padre era el filósofo Tanneguy Le Fèvre. En 1664, se casó con quien publicara las obras de su padre, Jean Lesnier. En 1672, al morir su padre, se separó de Lesnier para ir a vivir a París con André Dacier, miembro de la Academia Francesa y brillante alumno de su padre, de quien tomó el apellido. En 1683, se casó con André Dacier. En 1684, la pareja se retiró para dedicarse al estudio de la Teología, y anunció en 1985 su conversión al catolicismo.
Entre sus traducciones, se destacan: las de Anacreonte y Safo (1681), varias obras de Plauto y Aristófanes (1683-84), Terencio (1688), La Ilíada (1699) y La Odisea (1708).
El padre de Madame Dacier, profesor de la academia de Saumur, fue una figura determinante para su hija, pues de su padre heredó un sentido crítico con fundamentos filológicos que se plasmaron en su obra con un estilo muy personal. Madame Dacier introdujo nociones propias tales como la no traducción o la traducción parcial, a fin de reconstruir el texto de manera explicativa, pero no se permitió tocar los límites de la traducción literal, ni de la traducción libre. El resultado fue el equilibrio justo.