El arte actual es una muestra más del panorama global que marca nuestros días. La internacionalización innegable de la mayor parte de las obras artísticas me llevó a investigar un poco sobre el papel que juega nuestra profesión en este ámbito.
El título de una obra es una representación lingüística que está totalmente condicionada por su referente plástico, por lo que el traductor debe no sólo interpretar la lengua sino también las formas, los colores, la imagen que representa la obra…Es así que la traducción se encuentra condicionada en varios sentidos como puede ser el limitado espacio que, en ocasiones, se concede a la traducción del título o cómo reflejar de la manera más fidedigna posible la intención del autor de la obra con el título que éste le otorgo; es posible que se tratase de un título totalmente coherente con lo que la obra muestra, o tal vez careciese de esta reciprocidad en un intento, quizás, de llamar la atención del espectador. Asimismo, habrá que tener muy en cuenta cuál fue la realidad del autor en el momento que creó la obra y a qué público iba dirigida originariamente, pues las distintas realidades, culturas o, simplemente, edades pueden hacer incompresible la obra.
No obstante, existe una clara diferencia en la tendencia actual de las traducciones de este tipo.
Los títulos de las obras antiguas no suelen admitir reinterpretaciones, sobre todo en los casos de autores de renombre que han marcado un antes y un después en la historia del arte. En cuanto al resto, hay diferentes opciones que pasan por mantener el idioma original por razones de tipo comercial, cultural o simplemente por una preferencia del autor; llevar a cabo su traducción, que suele requerirse en publicaciones divulgativas de arte, libros de texto o exposiciones promovidas por fundaciones artísticas, con una política determinada en cuanto a la traducción; y, por último, la tendencia incluso de los propios artistas de titular sus obras en inglés, quizás por ser ésta la lengua vehicular de clara preferencia en el ámbito, y que plantea un debate sobre la idoneidad o no de la traducción de estas obras para que llegue a un público que desconoce la lengua y que, por tanto, se verá de alguna manera discriminado a la hora de compartir esta experiencia artística.
Considero que es un tema bastante interesante el plantearse la idoneidad de la traducción de obras de artes plásticas, ¿hasta que punto puede ser conveniente dicha traducción?, ¿será capaz el traductor de reflejar de manera completamente fiel la intención del autor con respecto a su espectador?
Todo esto nos lleva no sólo a pensar en traducción como tal, sino en un término bien conocido por aquellos que se dedican al campo de la traducción de obras artísticas de todo tipo: la transcreación; con este término se intenta no sólo englobar la tarea de expresar un significado en otro idioma sino la de transmitir un mensaje creativo a otra cultura, convirtiéndose el traductor, de este modo, en recreador.
Más allá de cualquier interrogativa, lo que sigue siendo una realidad es la importante labor que desempeña el traductor en un mundo globalizado como en el que vivimos, donde la comunicación intercultural y el trasvase de culturas crece por momentos. El traductor, por tanto, no se limita a la traducción de palabras, sino que traduce cultura.