Siguiendo con lo que empezamos a tratar en entradas anteriores, en esta ocasión vamos a dedicarnos a dos signos característicos del español, ausentes en las reglas de muchos otros idiomas, cuya supervivencia está siendo puesta en duda por lingüistas y analistas del lenguaje en general. Nos referimos a los signos iniciales de interrogación y exclamación.
La segunda edición de la Ortografía de la Real Academia, en el año 1754, declaró preceptivo el uso del signo de interrogación inicial. Este criterio, en realidad, no se generalizaría hasta casi un siglo más tarde, ya que desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX la Real Academia Española no tendría, ni mucho menos, el carácter corporativo e institucional que posteriormente le otorgaría la monarquía isabelina.
En muchos casos, la presencia del signo de interrogación inicial ayuda a conferirle a la oración en cuestión el tono correspondiente sin tener que leer la totalidad de la estructura. Allí donde el inglés, por ejemplo, separa el verbo en auxiliar y principal o invierte el orden del verbo y el sujeto para indicar el carácter interrogativo de una oración, el español –además del signo de pregunta inicial– coloca una tilde sobre los pronombres relativos que, quien, como y compañía.
En plataformas como Twitter, donde el consabido número de caracteres disponibles para condensar una idea repercute de lleno sobre la importancia de la síntesis, el signo de interrogación inicial parece ser uno de los primeros candidatos a quedarse afuera cuando se trata de consignar una interrogación.
También podría pensarse que la hegemonía anglosajona en el plano internacional influyó fuertemente en el diseño de los teclados de los teléfonos celulares de modo tal que los signos de interrogación y exclamación iniciales terminaron siendo solo una función secundaria a la que se accede mediante un doble comando, a diferencia de los signos de interrogación y exclamación finales que se encuentran fácil y rápidamente.
¿Acaso los signos de interrogación y admiración iniciales tienen los días contados? ¿Es posible que los responsables de la normativa gramatical se hagan eco de lo que está ocurriendo en los nuevos medios de comunicación donde una gran porción de la población mundial está plasmando sus interacciones interpersonales por escrito?