Si entendemos a las religiones como prácticas discursivas, la expansión de la doctrina cristiana se enfrentó a dos caminos posibles. O les enseñaban latín (la lengua litúrgica) a los potenciales adeptos, o difundían la Palabra traducida a los idiomas de los posibles conversos. Pero más allá de lo más simple que la segunda opción pueda parecer, la Inquisición destinó todos los recursos que tenía para frenar no solo la traducción de las Sagradas Escrituras sino también el rol de la imprenta en su totalidad. Como es bien sabido, para la Iglesia católica existían solo dos categorías, el latín y las demás lenguas. Y según líderes eclesiásticos de entonces, bajo los efectos de la traducción, el sentido de una obra no se manifestaba como una presencia estable, sino que se libraba a una multiplicidad de interpretaciones. La monarquía y la Iglesia supusieron que la lectura y las sucesivas interpretaciones de la Biblia podrían socavar la autoridad de los sacerdotes, y por tal motivo se facultó a un Tribunal para ejercer la censura editorial y la represión de la lectura y la difusión de los textos eclesiásticos.
No obstante, la cantidad de idiomas a los que finalmente fue traducida la Biblia a partir del Medioevo da cuenta de la proliferación del cristianismo y de la variedad de sus numerosas denominaciones. Nadie que quiera adentrarse en el estudio de las Sagradas Escrituras del cristianismo hoy en día, a menos que sea a nivel académico, se ve obligado a aprender latín; mientras que cualquiera que desee siquiera transitar los rituales iniciales del judaísmo, el islamismo o el budismo (por mencionar solo algunas creencias) debe conocer, aunque solo sea someramente, el idioma en el que se escribieron sus textos fundamentales.
Podría decirse, con un grado relativamente alto de certeza, que una vasta mayoría de las personas que hoy en día leen la Biblia (especialmente el Nuevo Testamento), a diferencia de lo que ocurría antaño cuando la lectura de la Biblia estaba exclusivamente circunscripta a las pocas personas alfabetizadas que habitaban la tierra, usan versiones traducidas y no las originales. Con un mismo grado de certeza podría afirmarse que para aludir a un gran número de componentes sagrados de las otras religiones (como las festividades, las deidades, los textos, etc.) aún se utiliza el idioma de origen de dichos credos acompañado de alguna traducción o definición, como es el caso de Ramadán (el mes del ayuno musulmán), o Yom Kipur (el día del perdón para el judaísmo) por solo mencionar dos ejemplos.
Lo que se puede concluir es que las diversas iniciativas puestas en marcha por la Inquisición en contra de la democratización de las Escrituras a través de la traducción no pudieron con el curso de la historia (curso surcado por la misma Inquisición), y las Sagradas Escrituras se extendieron a lo largo y a lo ancho del mundo de tal manera que el cristianismo pasó a ser no solo la religión más extensa en todos los sentidos posibles, sino que es la única religión representada en todos los países del mundo.