La semana pasada terminé de ver la primera temporada de Westworld, una serie televisiva de ciencia ficción que más allá de su trama aparentemente básica, teoriza acerca de la naturaleza de la conciencia humana y lo que se necesita para ser verdaderamente «humano», con todo lo que eso implica para nosotros (para bien o para mal).
Voy a tratar de no contar demasiado para aquellos de ustedes que no la hayan visto todavía, e iré directamente a la analogía que quiero transmitir.
Todo transcurre en este parque temático que simula el Lejano Oeste, donde los seres humanos van a vivir historias de ficción como una forma de escapar de la realidad, así como para saciar sus más bajos instintos en un lugar donde sus acciones no tienen consecuencias legales. Allí, estos llamados «anfitriones» (robots altamente avanzados que creemos que creen ser seres humanos) son personajes dotados de sentidos que viven bucles infinitos de violencia ejercida por los «invitados», quienes vienen a su mundo a llevar a cabo sus pequeñas fantasías de convertirse en viles bandidos y ladrones violentos y despiadados. Lo más cruel es que estos robots sufren día tras día sin ningún recuerdo de lo sucedido el día anterior. Es como si Ray Bradbury o Philip K. Dick se hubieran quedado dormido mientras veían «Hechizo del tiempo» y hubieran tenido una pesadilla acerca de eso.
La trama se complica inmediatamente cuando se descubre la disputa entre los dos científicos que crearon el parque y los androides despistados que lo habitan. Uno de ellos tenía la ambición de emular y recrear la conciencia humana, con lo que sus creaciones se sentirían verdaderamente «vivas». El otro solo deseaba que se sintieran lo suficientemente reales como para ser capaces de hacer creíble la experiencia de la interacción humana a una escala mayor y salir al mercado tan pronto como fuera posible.
Al científico que intenta recrear la conciencia se le ocurre un esquema de la forma en que él cree que este «elemento humano» podría ser único como «todo viviente» en un principio. Mientras veía que explicaban esto, recordé inmediatamente nuestras discusiones recurrentes sobre la traducción automática y lo que le falta para ser capaz en última instancia de llevar la calidad de su producción hasta un nivel humano. Esa «alma» de la que con tantas ganas ya hemos hablado muchas veces. Y permítanme decirles que este diagrama me hizo poner las cosas en perspectiva. Sintonícennos próximamente para averiguar cómo funciona.