De vez en cuando puede ocurrir que nos falten las palabras. Tenemos, durante una conversación, la sensación de que la palabra que buscamos está ahí, “en la punta de la lengua”, como si casi pudiéramos verla, pero de ningún modo tocarla, ni mucho menos expresarla. Como si no encontrásemos las llaves (que estaban en la heladera), o el control remoto (siempre debajo del mismo almohadón). Estos olvidos suelen tener su solución unos minutos o días más tarde, cuando la palabra en cuestión (“¡Mendrugo!”) vuelve de sus vacaciones y se pone a nuestra disposición nuevamente.
Pero, ¿qué sucede cuando esas palabras no se nos olvidan sino que, en realidad, no existen? Todas las lenguas tienen vacíos que el diccionario aún no ha terminado de rellenar; conceptos para los que los especialistas (lexicógrafos, técnicos, periodistas, poetas) no han acordado aún un término. Estos huecos en la lengua pueden ser aprovechados para la creación recreativa de palabras, una actividad que, aunque tiene sus referentes en el español (en literatura, Girondo y Cortázar, por ejemplo), cuenta con una tradición particularmente rica en la lengua inglesa. Desde que Shakespeare expandiera el idioma al introducir más de mil palabras nuevas (o, al menos, al ponerlas por escrito por primera vez), los grandes acuñadores de palabras han trabajado sobre el terreno poco regulado del inglés. El más famoso entre ellos seguramente sea Charles Lutwidge Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, autor de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Al igual que su contemporáneo Edward Lear, también poeta e inglés, Carroll compuso piezas en el estilo de verso conocido como nonsense. Este se caracteriza por mezclar palabras inventadas con otras corrientes; la novedad se disimula ligeramente al mantenerse la estructura habitual de las frases:
‘Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe (…)*
Uno de los recursos más comunes en la creación de neologismos ya aparece en estas líneas: se trata de la contracción de dos términos en una sola palabra que el propio Carroll (por boca de su personaje Humpty-Dumpty) definió como portmanteau (aquí se trata de ‘slithy’, unión de ‘slimy’ y ‘lithe’).
Parece lógico que estos creadores de palabras surgieran en momentos de grandes cambios y novedades: las eras isabelina y victoriana en Inglaterra se caracterizan justamente por la actividad fervorosa de hombres y mujeres especialmente inquietos. Cabe pensar que en la época de grandes transformaciones en la que vivimos puede darse un esplendor similar de la palabra lúdica. ¿Qué términos, entonces, podríamos crear para la época actual? ¿Qué ideas o conceptos que circulan sin un nombre fijo o adecuado podrían prestarse al ejercicio de la denominación recreativa?