Como lo aclaramos en el artículo del año pasado, 30 de septiembre: Día del Traductor, este día se conmemora a nivel internacional nuestro día, en honor al día en que falleciera San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, el idioma del pueblo.
Quiero analizar un poco cuál fue la misión de este primer traductor.
La Biblia, un documento tan esencial para todos, no podía ser leído por la mayoría, ya que no entendían el idioma en el que estaba redactada, es decir, no podían superar la denominada “barrera del idioma” y esto los privaba de los conocimientos contenidos en este documento. El traductor, por ende, acerca, permite el acceso y facilita la lectura de información imprescindible para millones de personas. En su tarea de traducir el documento, debe interpretar la fuente, como lo hizo San Jerónimo, pensando en el destinatario de la traducción y es por esta razón que su traducción no fue “literal”, sino que está escrita para ser “entendida” por el pueblo, es decir, se utilizaron las palabras y las expresiones que conservaran la idea expresada en el original pero que cumplieran el objetivo final de “transmitir el mensaje universal” de este documento tan complejo como enriquecedor desde el punto de vista religioso.
Y esa es la misión que conservamos los traductores hoy en día.
Un claro ejemplo de “transmisión del mensaje” más allá de las palabras empleadas en el documento original se ve en las traducciones de marketing, en donde el efecto comercial de ciertas frases o la relevancia institucional que tienen es más importante que una traducción “literal”.
Por supuesto, en la mayoría de los proyectos, los traductores deberemos llegar al complejo equilibrio entre la literalidad -la fidelidad al documento original para los defensores de esta tesitura- y la inteligibilidad del documento -la facilidad de lectura de la traducción para que el destinatario entienda la idea que se transmite con claridad y rápidamente.
Este equilibrio, como todos los demás, es difícil, ya que hay defensores de las dos tesituras. Algunos se inclinarán más por la defensa de la palabra exacta plasmada en el documento original, que no necesariamente refleja el mismo concepto en su “espejo” en otro idioma. Otros se inclinarán por la inteligibilidad de la redacción de la traducción, porque prefieren que el documento traducido “suene natural” en el idioma en que está redactado, y que ya deje de parecer una traducción. Prefieren algo así como una “independencia” del documento traducido respecto del documento original que le dio origen.
Entonces, la misión del traductor se resumiría en esta frase de Poe: “La traducción debe tender a impresionar al público al que va dirigida de la misma manera que impresiona el original al público que lo ha leído”.
¡Feliz día!