Hace poco, la secretaria de estado Hillary Clinton tuvo la amabilidad suficiente como para ofrecernos el ejemplo más reciente de cómo las traducciones de calidad insuficiente pueden hacer que una organización quede muy mal. En este caso, la organización en cuestión fue el Gobierno de los Estados Unidos.
Tal como se informó en el sitio web de CNN, Hillary presentó al canciller de Rusia, Sergey Lavrov, con un “botón de reinicio” que simbolizaba una nueva era en las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos. Luego, sucedió lo siguiente (traducción del inglés):
“Me gustaría otorgarle un pequeño regalo que representa lo que el presidente Obama, el vicepresidente Biden y yo queremos decir, y esto es: ‘Queremos reiniciar nuestra relación, y lo haremos juntos’.
Pusimos mucho esfuerzo para encontrar la palabra correcta en ruso. ¿Lo hicimos bien?”, le preguntó a Lavrov entre risas.
“No”, dijo Lavrov, y ambos diplomáticos se rieron.
“Debería haber sido “perezagruzka” (el término ruso para “reiniciar”)”, dijo Lavrov. “Acá dice «peregruzka», que significa «cobrar de más’”.
Claro, es un error inofensivo que no genera mayores repercusiones. No obstante, la acuciante sospecha sigue siendo que los errores más simples podrían dar lugar a equivocaciones más embarazosas y que podrían ser perjudiciales en lo sucesivo. Esto me lleva al aspecto central de mi argumento: asegúrense de que un profesional realice las traducciones que necesiten y, en la medida de lo posible, que un tercero las revise.