Pareciera que con cada día que pasa las tildes desaparecen más y más. Es muy común caminar por la calle y encontrar rótulos, publicidad y afiches mal escritos. Y ni qué decir de la ausencia de tildes en las mayúsculas, los mensajes de texto y los correos electrónicos, entre muchos otros. No sé en qué momento se decidió que la tilde era opcional, pero desde entonces se emplea cada vez menos.
El otro día leí que un grupo de jóvenes latinoamericanos había decidido emprender una “cruzada ortográfica”. Cuando detectan la ausencia de una tilde en una palabra la corrigen y, además, pegan un papel con la explicación de por qué es una falta ortográfica. Su blog, “Los acentos perdidos”, explica su visión de mundo. La iniciativa de este grupo es admirable, especialmente en un mundo en donde la tilde se disipa a la velocidad de la luz.
A raíz de esta cruzada, otras personas han resuelto tomar las cosas en sus manos y contraatacar la oleada de mala ortografía callejera. Ha habido “tildetones”, “cruzadas puntuales” y demás. Es grato observar que no todo pasa desapercibido y que todavía existen personas para las cuales los errores ortográficos constituyen una forma de contaminación visual. Y, además, que se dediquen a modificar estos errores y conviertan este acto en algo lúdico y educativo.
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