El debate sobre el avance de la industrialización en detrimento del trabajo manual data como mínimo de los albores de la revolución industrial. Es un debate que, en consonancia con lo vertiginoso del progreso, se torna cada vez más relevante y actual. Los pintores realistas de la Europa de fines de Siglo XIX pusieron el grito en el cielo tras la aparición de la fotografía, por temor a que la nueva técnica de representación afectara negativamente su caudal de trabajo. Lo mismo ocurrió con innumerables oficios que vieron socavadas sus filas ante el imparable curso del desarrollo industrial. Sin embargo, este fenómeno pareció dar un nuevo e inesperado giro cuando la industrialización empezó a impactar en las actividades de orden intelectual.
Quienes se ocupan de escribir la historia de la inteligencia artificial identifican el trabajo de Alan Turing como una suerte de piedra angular que allanó el camino para que un dispositivo físico realice cualquier cómputo formalmente definido. La informática aplicada al campo de la traducción consta de diferentes frentes en los que el avance tecnológico queda sobradamente en evidencia. En entradas anteriores se abordó brevemente el tema de cómo el avance tecnológico afectó positivamente el acceso al material de consulta al tiempo que liberó a las entidades de divulgación de contenidos de las limitaciones inherentes a su materialidad.
Hoy por hoy resulta fácil acceder a una traducción gracias a distintas compañías de internet que ofrecen sistemas virtuales de traducción. ¿Es esta una señal de que el trabajo del traductor tal como lo conocemos tiene los días contados? El presente de la industria de la traducción está dejando en claro que los márgenes son más holgados allí donde interviene la traducción asistida por computadora. Pero, ¿acaso un programa podrá alguna vez traducir bien un poema?