Hoy en día, ya sea en el mundo de la traducción o en cualquier otro, el tiempo siempre apremia… Siempre venimos demorados, siempre llegamos tarde y siempre nos falta tiempo.
Algo tan absoluto y tan relativo a la vez…
Muchas veces intentamos «comprar» tiempo y podríamos “pagar” tiempo también. Y otras veces, simplemente, ninguna moneda y ningún monto podría conseguirnos el tiempo que necesitamos.
A menudo, en el mundillo de la traducción, como sucede en muchas otras industrias de servicios, el “tiempo” es un factor sumamente determinante. A veces, mucho más que el precio y que la calidad. El tiempo puede serlo todo o nada.
Ahora bien, ¿podemos hacer lo mismo en un tiempo reducido a la mitad o menos aún, que lo que haríamos en un tiempo natural? A veces sí, a veces no. Por lo general, se puede… pero uno gana tiempo sacrificando otros factores. Es difícil lograr conseguir todo lo que uno quiere sin perder nada en el camino. Más aún cuando estamos hablando de recursos… Humanos.
Cuando un cliente necesita que un trabajo se pueda completar en mucho menos tiempo del naturalmente necesario, hay que tratar de hacer todo lo posible para reducir al máximo esas «pérdidas» de las que hablábamos. Hay que planificar muy bien todo el alcance del proyecto: analizar los posibles riesgos, prever complicaciones, contactar a los recursos más idóneos para esa tarea determinada; para así lograr que el factor tiempo sea lo menos agresivo posible con respecto a los otros.
Claro que no siempre se sale totalmente ileso de una maratón. Puede suceder que sí haya que sacrificar algo para priorizar ese tiempo que no tenemos. Si hay que dividir un trabajo entre muchos traductores o editores es posible que el trabajo no quede consistente en su totalidad. Pueden escaparse detalles de inconsistencia, porque cuando el tiempo apremia no siempre se puede trabajar con todo el equipo al unísono, y suele suceder que la comunicación llega tarde a destino, como decíamos al comienzo de este artículo… A veces hay ciertos puntos que se pueden descuidar, como por ejemplo una instrucción no comprendida por completo, un envío hecho fuera de tiempo, un error técnico que demore toda la cadena que viene detrás, un formato no tan prolijo. También suele pasar que a veces, el mismo cliente padece de las corridas, porque una vez que mandó el trabajo a traducir, se da cuenta de que ésa no era la versión final, y entonces manda otra en la mitad del proceso, o manda una seguidilla de pequeños textos que se olvidó de incluir, o se confundió el «flavor» del idioma…
En fin, el apuro trae complicaciones, pero a veces no podemos escaparnos de estos requerimientos, porque son parte de nuestro mundo, porque estamos inmersos en una red en la que nos apuran de la misma manera que nosotros apuramos a otros. Es toda una cadena sin fin que no podemos ignorar.
Como decíamos en artículos pasados, mientras todos estemos bien comunicados y sepamos qué hay que priorizar y cuáles son las expectativas del cliente, y mientras el cliente sepa qué va a recibir, ya tendríamos resuelta buena parte de la carrera…
Para mayor información, puede consultar en «Servicios de Traducción».