La pajilla, aquel elemento tan particular que desde pequeños lo utilizamos para tomar líquido sin el peligro de tirarlo del vaso y más de grandes nos lo sirven como adorno de nuestro cocktail. Otros lo usan por razones higiénicas al momento de beber bebidas enlatadas o, para los más quisquillosos, cuando deben compartir el líquido de un mismo vaso. Los más traviesos lo usan como lanzador y los más juguetones los unen para formar uno de gran tamaño.
Haciendo un poco de historia, y aunque sea difícil de creerlo, su origen data del siglo 3100 A.C., en aquel entonces los sumerios la utilizaban para beber cerveza y filtrar el líquido de la cebada. Siglos después, ya en 1888, la patentó un empresario que se ocupaba de fabricar cilindros de papel para cigarrillos y vio una forma útil de combinar su producción con su necesidad de su disfrutar de su Mint julep (una bebida helada hecho con hojas de menta). Posteriormente, se implementó la posibilidad de hacerla flexible para facilitar la ingesta de líquidos en los paciente de los hospitales, la famosa «pajilla acordeón».
Sin embargo, este práctico y útil elemento no tiene la misma denominación a lo largo de los países latinoamericanos, por lo que es útil, al momento de solicitarlo, saber cómo se llama en cada país y así evitar inconvenientes al momento de solicitar uno.
Por ejemplo, en México se dice popote, que viene del náhuatl (una macrolengua uto-azteca) en el que popotl significa paja. Pajita o sorbete se utiliza en Argentina. Pero en Puerto Rico decidieron cambiarle el género y se refieren al mismo como sorbeto. En cambio, en Perú también utilizan sorbete aunque también le dicen cañita, término que también se utiliza en Colombia y Venezuela, donde además lo llaman pitillo.
En Cuba, por otro lado, fueron más prácticos a la hora de darle nombre, y lo llamaron absorbente. Los panameños no tanto, para ellos es carrizo. Lo mismo con los dominicanos, que tan particularmente lo llamaron calimente.
A fin de cuentas, el diccionario latinoamericano goza su variedad hasta para los elementos que, a pesar de su rica historia, nos parece de lo más comunes.