Este blog no es un foro para promover ideas políticas de ningún tipo y esa no es, definitivamente, la intención de este artículo en particular. Sin embargo, lo que me interesa destacar es el increíble poder de las palabras (al menos, el poder que se percibe) y el punto que trato de analizar está altamente politizado.
Como respuesta al discurso controvertido y altamente publicitado que el presidente Obama dio en El Cairo recientemente, el Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu intenta dar su propio discurso… y los otros miembros de la coalición gobernante están muy interesados en cada una de las palabras que se dirán. Los números favorecen, en especial, al derecho político de la coalición: se le ha solicitado al Primer Ministro que evite totalmente pronunciar la frase “Estado palestino” en su discurso (lea este artículo para obtener mayores detalles al respecto).
Parecería que el simple hecho de pronunciar la frase, tanto con una connotación positiva como negativa, genera debate. Siguiendo la línea de este razonamiento, probablemente todos nosotros deberíamos ser más cuidadosos sobre lo que hacemos y no decimos.
Seguramente los políticos adquieren su reputación por su elección de palabras astuta (bueno, con algunas excepciones), con lo cual es de esperarse la presión sobre Netanyahu proveniente de diversos sectores. Si tenemos en cuenta la naturaleza susceptible de la cuestión y las circunstancias, imagino que la presión real se ejercerá sobre los traductores e intérpretes oficiales de un discurso que no admite ningún tipo de deslices.