En esta nueva entrada quisiera indagar sobre un posible cambio de rumbo respecto de un fenómeno lingüístico tan estudiado como fundamentado. La lingüística ha establecido en sus diversas ramas (psico, neuro y socio) que los niños adquieren los fundamentos de su idioma principal de parte de su familia. Este idioma fue denominado, sin poca elocuencia, la lengua materna. La razón detrás de esta elección da cuenta del papel cultural diferenciado al que fue relegada la mujer desde tiempos inmemoriales. Infinidad de textos han ahondado en este tema (Un cuarto propio de Virginia Woolf, por solo mencionar uno), recalcando la ausencia total de equidad entre géneros en todos los ámbitos de la vida y la profunda aversión al cambio por parte de los sectores de mayor concentración de poder.
Sin embargo, la historia reciente ha dejado bien en claro que el lugar de la mujer en los distintos estamentos de la sociedad (político, laboral, etc.) ha mutado hacia una proporción más equilibrada – aunque no total. Este empoderamiento de la mujer, sumado a las diferentes iniciativas legislativas apuntadas a subsanar la desigualdad entre géneros, tuvo como consecuencia un nuevo formato familiar en el que el principal sostén económico estaba encarnado por la mujer y ya no por el hombre.
Si de nuevos formatos familiares se trata, tras la aprobación de la ley de matrimonio igualitario ha surgido un enorme número de parejas de hombres con una genuina voluntad familiar que echaría totalmente por tierra uno de los fundamentos del prejuicio homofóbico. Numerosos autores de raigambre marxista consideran que uno de los motivos ocultos detrás de la homofobia lacerante que azotó a las comunidades homosexuales del mundo occidental desde la edad media a esta parte radica en que la homosexualidad no permitía la reproducción de la familia como unidad de consumo.
Si bien los hombres (solteros) antes podían adoptar niños legalmente, no podían hacerlo en el marco de una pareja de personas del mismo sexo. La nueva ley de matrimonio igualitario equipara los derechos de las parejas heterosexuales con las homosexuales permitiendo que tanto unas como otras puedan gozar de las mismas posibilidades, entre ellas, los derechos relativos a la adopción. Una de las principales modificaciones efectuadas a la antigua normativa nupcial fue intercambiar los términos “esposo” y “esposa” por “cónyuge”.
Entonces, si entre los hijos de padres hombres, más los hijos de matrimonios en los que, gracias a las conquistas de las mujeres por una repartición más equitativa de las posibilidades laborales, quien está al cuidado del niño es el padre y no la madre, es posible que estemos viviendo una era en la que el concepto de “lengua materna”, al igual que la utilización de los términos “esposo” y “esposa” en la ley de matrimonio, quede desactualizado.
¿Acaso habría que empezar a usar el concepto de lengua parental?