En Chasing Amy, del cineasta estadounidense Kevin Smith, la protagonista de la película da un giro inesperado en sus preferencias amorosas y decide contarles a sus amigas, todas ellas lesbianas, que está saliendo con «alguien». Sus compañeras, sin dejar pasar un segundo, comienzan a indagar al personaje de nombre Alyssa, encarnado por Joey Lauren Adams, sobre su nueva pareja.
Todas las preguntas que empiezan a lloverle contienen pronombres personales que dan a entender que quienes formulan dichas preguntas asumen que se trata de una mujer. Asediada por lo que considera una inminente reprobación por parte de sus congéneres, Alyssa recurre a toda la ambigüedad de la tercera persona plural (que en inglés no tiene marca de género) y juega a lo que en la película se denomina «el juego del pronombre». Es decir, el empleo de determinadas formas pronominales, «they» en lugar del singular (con marca de género) «he» o «she», que no dan cuenta del género del objeto aludido.
En hebreo, por ejemplo, el juego de los pronombres sería mucho más complicado de materializarse con eficacia ya que hasta los verbos concuerdan en género con el del sujeto. Entonces, no pude evitar preguntarme, ¿podría alguien sentirse más cómodo hablando un idioma más proclive a la ambigüedad de género y que no fuerce la definición de su identidad? Ocurre que cuando hablamos de minorías marginadas, la sub-identificación a menudo puede ser la llave para evitar la discriminación ya que el lenguaje puede terminar comunicando más que lo que deseamos.