El español rioplatense le está abriendo lentamente las puertas a la denominación de un concepto que no nos es ajeno, pero para el que carecemos de un término que lo defina con la precisión que la situación exige. A diferencia de lo ocurrido con otros extranjerismos devenidos en neologismos homologados por las instituciones competentes como la Real Academia Española o la Academia Argentina de Letras, el bullying está presentando una serie de desafíos particulares. El inglés utiliza el gerundio para referirse a la conducta de la persona que hostiga, maltrata o acosa a otra, ya sea física o psicológicamente y generalmente en un contexto grupal. Quien incurre en este tipo de actitudes, en inglés, es denominado «bully«, que a diferencia de lo que muchos creen (incluido quien firma esta columna), en su etimología no hay rastro común con la palabra anglosajona para toro.
El bullying no es nada nuevo, ni en el mundo ni en nuestras latitudes. Virginia Woolf consideraba que el fascismo era una forma de bullying, y se refirió a Hitler y a los Nazis en 1934 como «estos bullies brutales». Y si recurriésemos al cine, en Dazed and Confused de Richard Linklater, se puede ver (ya a fines de los 70) la extensión de la tradición de «bautizar» a los alumnos que terminaban la escuela primaria por parte de sus pares mayores quienes les daban la «bienvenida» a la secundaria. Hoy en día, internet le dio un giro novedoso a la conducta en cuestión, poniendo el fenómeno con más fuerza en el foco de atención, dado que las víctimas del bullying ya no solo sufren este tipo de ofensas en carne propia sino que además deben verlo reflejado y viralizado en las redes sociales.
Una breve búsqueda por los diferentes portales de noticias locales (el contexto en el cual este tipo de términos aparecen por primera vez) arroja una considerable falta de consenso en cuanto a la mejor forma de adaptar un concepto de nombre extranjero. Otros conceptos importados entraron a nuestro español con un poco más de fluidez y menos discrepancias. Al tratarse de una forma verbal, el bullying supondría la precedencia de algún núcleo verbal que exprese su accionar.
En el matutino Clarín encontramos la expresión «hacer bullying» mientras que en La Nación, de manera similar, tenemos «realizar bullying». Pero en ningún diario aparece una forma verbalizada del concepto, como sí ha ocurrido con términos importados como Twitter, del que se desprende la forma verbal tuitear, por solo dar un ejemplo. La permanencia del fenómeno y las diferentes medidas implementadas para prevenirlo sugieren que ha llegado para quedarse, y podemos esperar con algún grado de certeza que el término encontrará una forma de adaptarse a nuestra variedad del español.