Muchísima gente alrededor del mundo invierte una gran cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo estudiando nuevos idiomas. Las razones son casi siempre las mismas: mejorar sus chances de tener éxito en el mundo laboral, poder viajar y ser entendido, tener la posibilidad de vivir en otros lugares y respetar a quienes viven ahí, o simplemente por satisfacer un desafío intelectual.
La gente aprende otros idiomas generalmente por necesidad, porque con su idioma natal no alcanza para lograr sus metas. Ahora, ¿qué pasa cuando uno nace en un país donde ya se habla un idioma hablado en todo el mundo, sin tener cercanía directa con otros países donde se hablan otros idiomas? ¿Qué ventajas se pierden al no ejercitar la mente con un nuevo idioma? Un ejemplo típico es el caso de Estados Unidos, que a pesar de tener una creciente influencia latina, no es realmente vital para los estadounidenses aprender español, o cualquier otro idioma. Teniendo el inglés como lengua madre, se puede viajar por el mundo y hacerse entender, su zona de confort es bastante amplia a nivel global. En muchos casos, es simplemente falta de interés en otras culturas.
Pero al hablar solo un idioma uno pierde bastante del potencial cerebral. La mente debe ser entrenada al igual que el cuerpo, y aprender un idioma es un ejercicio fantástico: no solo ayuda a mejorar la memoria, sino que también se obtienen mejores resultados en el aprendizaje en general, y según estudios recientes, las personas que hablan dos o más idiomas tienen menos chances de sufrir enfermedades como el Alzheimer. Estudiar idiomas brinda entonces mayor agilidad mental y cognitiva, reconocimiento de patrones, algo que es de enorme importancia para diferentes ámbitos de la vida. Y además el cerebro consume cada vez menos energía que los monolingües para resolver problemas.