¿Por qué un autor, escritor o traductor requieren de la ayuda de un corrector para que revise su trabajo?
Porque una obra literaria es una tarea ardua y extensa, un trabajo que cambia a lo largo del tiempo en el que se desarrolla. Durante ese proceso, el autor suele descuidar algunos parámetros relativos al aspecto formal de la lengua, y no siempre por desconocimiento o desidia profesional.
Un texto literario se altera, se modifica durante su creación. Se introducen retoques, nuevas tramas y argumentos y las escenas cambian de lugar. Eso provoca que, en ocasiones, se produzcan anacolutos, situaciones aisladas de su contextos original, planteamientos viudos. Uno de los personajes puede ser primero un jardinero y meses después un chofer porque conviene mejor a los fines argumentales. El autor cambia de lugar, actos y situaciones, líneas temporales. Algo que ocurre antes pasa a suceder después. Y en el proceso se dejan rastros de lo anteriormente escrito, lo que crea situaciones paradójicas o erróneas.
Aunque el autor lea y relea, pasará por encima muchos de estos errores sin advertirlos por una sencilla razón: no necesita leer su texto para entenderlo, puesto que es el creador, lo conoce, sabe lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que pasará. El corrector, en cambio, tiene distancia con la redacción del texto, por lo tanto, puede detectar los problemas que posiblemente perciba el lector.
La labor del corrector de textos literarios es, en estricto sentido, no la de corregir, puesto que en la mayor parte de las ocasiones no son errores, sino la de ofrecer posibles mejoras. El corrector es un colaborador, un acompañante del autor/escritor. Las indicaciones de un corrector de estilo deben ser tomadas como lo que son: sugerencias de cara a mejorar el estilo de un texto.