Desconocer un idioma y tener la necesidad de usarlo siempre me provoca una sensación cercana al vértigo. La fantasía de conocer parajes exóticos a menudo queda arruinada con preguntas como: ¿Cómo me voy a comunicar? ¿Cómo voy a entender los carteles de la calle o el menú de los restaurantes? ¿De qué manera, en el extremo caso de necesitarla, voy a pedir ayuda? ¿De cuánto me voy a perder por no comprender del todo lo que me dicen?
La excesiva gesticulación con la que se caricaturiza al pueblo italiano tiene un origen cierto y remoto: en medio del Mediterráneo y como centro de viajeros y comerciantes, los habitantes de la península tuvieron que saltar la brecha en la comunicación sirviéndose de lo que tenían a mano, es decir, sus manos. A las palabras simples como “Cinco”, “Allá” o “¡Venga!” les sumaban gestos equivalente, amplios y elocuentes para hacerse entender.
Lo malo de la comunicación escrita es que no puede servirse de esos “condimentos” para cumplir su objetivo. Lo bueno es que, si está bien hecha, resulta precisa y difícil de malinterpretar.
Ahora volvamos al “vértigo” del comienzo. Si no conozco el idioma de llegada, ¿cómo sé si tengo una buena traducción entre manos?
Esa pregunta es crucial, sobre todo si se trata del primer trabajo que hace determinada agencia para usted. Saber los rudimentos del idioma no alcanza para evaluar; tampoco sirve que revise la traducción alguien que sólo conozca el idioma de llegada (ver “No cualquiera puede ser traductor”). Lo mejor es exponer toda la traducción o parte de ella a alguna persona que represente el destinatario ideal del mensaje (¿Un cliente del banco? ¿El usuario de una aspiradora? ¿Un científico del equipo? ¿Un empleado del hotel? ¿Un alumno de la escuela?).
Si esta persona comprende cabalmente en el idioma de llegada lo que usted quiso decir en el idioma de origen, entonces confíe: su mensaje llegará a buen puerto.
Versión en inglés: How to tell if it’s a good translation