Rara vez suelo hacer comentarios autorreferenciales en estas páginas. Trato de ser minimalista en las alusiones a mi persona o a mi experiencia tanto como hablante como en mi rol de lingüista. Sin embargo, en esta ocasión me voy a permitir indagar en un tema usando a mi familia como caso de estudio.
Mis cuatro abuelos llegaron a América del Sur casi en simultáneo desde una Europa del Este asediada por persecuciones políticas y religiosas. Además de la lengua materna de cada uno de ellos, en sus hogares se hablaba idish con naturalidad y cotidianeidad. Según me contaron, este idioma tenía uno de los fines que el inglés tiene hoy para mí y para mis contemporáneos, es decir, un canal de acceso a determinados contenidos aún no alcanzados por la traducción a mi lengua madre. Además, una vez arribados al nuevo mundo, el idish funcionó como una suerte de ligazón entre los inmigrantes de origen judío, independientemente de su país de origen.
Mis padres solían escuchar a mis abuelos hablar idish a diario, más que nada entre ellos o con parientes, y así fue como lo aprendieron desde pequeños, como una lengua de materialización fundamentalmente oral. No obstante, mis padres nunca aprendieron a leer o a escribir idish. Es más, una vez les pregunté cuál era la grafía del idish y recuerdo a mi madre titubear y a mi padre luchar con una exigua certeza que no me terminó de convencer.
Cuando mis abuelos querían mantenerme al margen de una conversación de la que estábamos participando mis padres, ellos y yo, solían recurrir al idish como mecanismo de exclusión comunicativa; y vaya que cumplía su cometido. En el caso de mis padres, su conocimiento de este idioma no les bastaba para mantener una conversación fluida si su propósito ulterior era marginarme del tema en cuestión (para eso recurrían al inglés).
Sin embargo, desde que tengo memoria el idish está presente en interjecciones, morfemas y frases hechas que, si bien apenas puedo reproducirlas, de algún modo u otro lograron colarse en mi mente. Tal es así que hace unos años tomé clases de alemán (la primera lengua germana que estudiaba) y, para mi enorme sorpresa, había muchas palabras que por algún motivo me resultaban conocidas, no es que supiera qué significaban, sino que su raíz me resultaba de algún modo familiar.
Como puede verse, de ser un idioma bien manejado y de uso frecuente para la generación de mis abuelos, el idish pasó a ser una lengua de uso familiar/ocasional para mis padres del cual solo quedaron unas pocas expresiones y desinencias para mi generación. Una verdadera pena ya que mis posibilidades como lingüista serían mucho más vastas y ricas.