En artículos anteriores hemos hablado acerca de cómo la cultura moldea nuestro mundo, independientemente de que todos vivamos en un mundo globalizado. Comentábamos acerca de cómo nuestra cultura muchas veces condiciona nuestro idioma, y no al revés. Si un concepto está presente en nuestra cultura, está presente en nuestro idioma; y del mismo modo, cuando está ausente.
Los antropólogos definen la cultura como “un todo complejo en el que se incluyen conocimientos, ideas, arte, derecho, moral, costumbres y cualquier potencial y hábito adquirido por el hombre como miembro de una determinada cultura».
La cultura está constituida por tradiciones, creencias, valores, normas y símbolos; compartidos en diferentes grados, por los miembros de una determinada comunidad.
La mayoría de los expertos en cultura coinciden en que cualquier cultura se caracteriza por:
- ser adquirida: la cultura se aprende y se transmite por medio del estudio, la observación, las tradiciones, las generaciones, etc.
- ser compartida: todos los miembros de grupos, familias y la propia sociedad deben compartirla.
- ser trans – generacional: se transmite de una generación a otra.
- ser capaz de adaptarse: la cultura se basa en la capacidad de adaptación o cambio del ser humano.
- influir en la forma en que se percibe el mundo: conforma el comportamiento y estructura la forma en que una persona interpreta el mundo.
Justamente dentro de este último atributo podríamos mencionar al idioma.
Las culturas reflejan lo que la sociedad valora o no valora en su idioma.
Veamos algunos ejemplos más concretos:
Cuando en un mismo país se hablan varios idiomas o dialectos, hay uno que suele emplearse para la comunicación entre las culturas que coexisten en él, como sucede en China. El idioma oficial es el chino mandarín, pero en China coexisten más de 50 dialectos, muy distintos entre sí.
De todos modos, tampoco se puede concluir que a igual idioma, igual cultura: en Estados Unidos y Canadá se habla el mismo idioma, pero ambos países tienen su propia cultura.
Muchos ejecutivos se han confundido al ver a sus colegas japoneses asentir con la cabeza, sin estar de acuerdo con lo que ellos les proponían. La razón está en que la palabra que utilizan los japoneses para afirmar “hai” quiere decir “comprendo” o “lo escucho”, que no es lo mismo que «claro, estoy de acuerdo».
Los amerindios Zuni no tenían vocablos diferentes para designar al amarillo y al naranja. Pero esto no quiere decir que no vean la diferencia entre ambos colores, sino que simplemente en su modo de vida la diferencia es irrelevante.
Otro ejemplo puede ser la variedad de verdes que distinguen en el lenguaje los indios del Amazonas, en contraposición con los pocos verdes que distinguimos nosotros. Pero eso no significa que nosotros no veamos distintas tonalidades de verdes. Significa que en nuestro mundo esa distinción lingüística no es tan importante como sí lo es para los amazonas.
En el artículo anterior, habíamos mencionado otro ejemplo similar con el blanco para los esquimales.
Estos y tantos otros ejemplos nos muestran que no siempre hay un equivalente lingüístico en otro idioma, y que no siempre un traductor automático puede resolverlo todo.
¿Traducir? O ¿Interpretar conceptualmente el mensaje y transmitirlo a la cultura “target» en “su propio idioma”, más allá de lo lingüístico?
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