Hemos hablado en varias ocasiones de lenguas muertas y de que no siempre están tan muertas como parece. En este post veremos un caso interesante, como lo es el del hebreo, una lengua dada por muerta por mucho tiempo (al menos en cuanto a su uso vernáculo) pero revivida y revigorizada a partir de fines del siglo XIX.
El hebreo tiene casi treinta siglos de historia escrita, a lo largo de los cuales obviamente se han dado diversos procesos de cambio lingüístico, por lo que se puede considerar que el hebreo antiguo y el hebreo moderno, más que una única lengua, son más bien dos lenguas emparentadas. Sobre todo si se tiene en cuenta que durante muchos siglos el uso del hebreo antiguo quedó limitado a la literatura, a la liturgia y a la academia, por lo que no tuvo la evolución continua y constante que suelen tener las lenguas con su uso a lo largo del tiempo.
Se suele considerar que el período del hebreo antiguo se extiende del siglo X a. C. hasta el siglo IV d. C, durante los que se distinguen 4 etapas, ya que obviamente sufrió cambios a lo largo de esos catorce siglos:
- hebreo bíblico arcaico, siglo X a. C. al siglo VI a. C. (del período monárquico hasta el exilio en Babilonia);
- hebreo bíblico tardío, siglo V a. C. al siglo III a. C. (época de la dominación persa);
- hebreo de los Rollos del Mar Muerto, siglos III a. C. al siglo I d. C. (período helenístico y romano anterior a la destrucción del templo de Jerusalén);
- hebreo de la Mishná, siglo I d. C. al siglo III o IV d. C. (período helenístico y romano posterior a la destrucción del templo de Jerusalén);
Con el advenimiento del período Bizantino (siglo IV d. C.), el idioma hebreo desaparece como lengua de uso común, luego de un período de decadencia que se había iniciado con la última de las guerras judeo-romanas (la rebelión de Bar Kojba) y su posterior exilio de la población judía y prohibición de la religión. Su lugar lo ocupa el arameo, que ya coexistía con el hebreo.
Durante la diáspora judía las lenguas principales del pueblo judío, además de las de las sociedades en las que vivían, fueron el yiddish en el caso de los judíos ashkenazíes (provenientes de Europa Central y del Este) y el ladino en el caso de los sefardíes (provenientes de la Península Ibérica), mientras que el hebreo pasó a desarrollarse principalmente como lengua litúrgica, literaria y académica, viéndose una cierta evolución por la necesaria incorporación de nuevos términos, pero sin volver a ser una lengua hablada hasta fines del siglo XIX y la Primera Aliyá (vuelta del pueblo judío a la Palestina otomana). Un rol central en este resurgimiento lo cumplió Eliezer Ben-Yehuda, quien inmigró en 1881 y comenzó a dedicarse a convertir la lengua literaria y litúrgica en una vernácula, construyendo escuelas y escribiendo libros de texto con este fin. Con la Segunda Aliyá (1904-1914) este proceso se fortaleció gracias al involucramiento en esta causa de un número cada vez mayor de inmigrantes. Si bien al comienzo este proceso tuvo sus opositores, pronto se reconoció la necesidad de un idioma único para la gran cantidad de inmigrantes que provenían de distintos países y por tanto hablaban distintos idiomas. En 1922, el Mandato Británico de Palestina reconoció al hebreo como uno de sus tres idiomas oficiales (inglés, árabe y hebreo), lo que contribuyó fuertemente a su difusión y resurgimiento como lengua moderna construida con un vocabulario y una escritura semíticos. Para esta época, el hebreo moderno ya era el idioma común de la mayoría de la población judía de Palestina. Luego de la creación del Estado de Israel (1948) se creó la Academia del Idioma Hebreo, y hoy en día el hebreo moderno es hablado por el 95% de la población de Israel (junto al árabe es una de las dos lenguas oficiales del país) y por varias comunidades judías en el mundo, con lo que se puede decir que con el hebreo moderno, el hebreo, que había sido considerado una lengua muerta durante siglos, ha recuperado su lugar entre las lenguas nacionales.