Escribir una obra en un idioma no nativo es una tarea audaz, y hasta un poco pretenciosa. Todos sabemos sobre las limitaciones que eso implica. Algunos lo toman como un desafió, otros pueden sentirse más cómodos, pero al momento de escribir algo más extenso que una canción, puede complicarse bastante.
Algo particular y anecdótico sucedió en la entrega de los Oscar la semana pasada: el galardón al mejor guión original se lo llevaron cuatro escritores por una película hablada en inglés, pero solo uno de ellos era nativo de ese idioma. Esto es algo que no debe pasarse por alto, no solo porque no sea común escribir un guión en otro idioma, sino porque más extraño aún es que también sea galardonada.
Si bien hay antecedentes recientes en esta misma categoria, ninguno se compara con el mencionado. Por ejemplo, Pedro Almodovar lo ganó por Hable con ella, pero su guión fue escrito en español. Por otro lado, en el 2005 los franceses Michel Gondry y Pierre Bismuth lo lograron por Eterno resplandor de una mente sin recurdos, pero su papel se limitó a solamente crear la historia, ya que al momento de plasmar los diálogos fue el estadounidense Charlie Kaufman quien tomó la pluma.
No se sabe mucho, al menos aún, sobre el proceso que llevaron a cabo para escribirla. Alejandro Iñárritu, uno de los escritores y el director de la misma, comentó que hacían reuniones por Skype para ir desarrollando la trama, ya que los escritorios se encontraban replegados por México, Argentina y Estados Unidos. Pero a pesar de los pocos detalles, algo queda claro: el idioma ya no es más una barrera.
Es verdad que el guión de Birdman no contiene frases rebuscadas, armoniosas o construcciones particulares propias del idioma. Todo lo que dice lo hace en forma directa y lo indirecto se puede leer entrelineas, sin necesidad de sonar poético y caer en los artificial (algo común cuando se intenta escribir en otro idioma). La profundidad se basa en lo que dice, y no en cómo se dice. No busca trascender (como así lo hace el personaje principal), conoce sus propios límites.
La moraleja es clara, hay que animarse a salir de la zona de confort del idioma al que estamos acostumbrados. Para que quede claro: «no guts, no Oscar».